08 mayo, 2011

Y es que sus ojos azules como el mar le hacían sentir en las nubes. La forma de sus labios carnosos le hacía desear besarla y morderle el labio inferior. Para él era como una diosa, tanto así que le daba miedo hacerle daño. Su piel de blanco porcelana le hacía imaginar a unas muñequitas que de pequeño había visto en el cuarto de su madre, ahí, encima de la mesa de noche. Sus dedos delgados y sus uñas decoradas con pequeñas rosas de color lila con un punto brillante en el medio le daba a entender lo vanidosa que podía llegar a ser. Dulce joven que corría en el bosque queriendo desaparecer del alcance de su vista sólo para que la persiguiera y le diera un regalo, que se convertía en un beso apasionado; sin ningún tipo de atadura, sin ningún tipo de control. Su voz cantaba junto con los pájaros, y sus caderas se movían al compás del viento. Un día mientras lo llamaba al otro lado del río pensó que todo era una imaginación suya, que tal hermosura no podía existir. ¿Tal vez un ángel caído?- pensó. Pero ya estaba demasiado encaprichado, como para renunciar a su amor.

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